martes, 3 de julio de 2012

Historias perrunas: JENNIFER (de Poly Bird)

                                                                      JENNIFER
                                                                     (Poldy Bird)



Decidieron quedarse con uno de los ca­chorritos. Era hembra y le eligieron el nombre de una estrella de lejano brillo: Jennifer. Cuando se lleva un nombre así, uno piensa que el destino ha de ser de princesa. Pero no.

Terminado el verano, de regreso su familia a la ciudad, la pobre Jennifer quedó sola, a su propia suerte, en los alrededores de la casa de vacaciones. Sin cuidador, sin cariño, siempre expuesta al hambre, el frío y los peligros.

Durante el largo invierno, Jennifer se acercaba, mojada por la lluvia y hambrienta, al cerco de mi casa. No quería solamente los huesos del asado, sino un poco de afecto, aquél que los tres niños le habían prodigado con breve generosidad.

Todavía muy cachorra, quedó preñada y un vecino le avisó a sus dueños que se la llevaran.
La llevaron por un tiempo. Durante algunos meses la perrita se acomodó a su nombre.
Seguramente tuvo un cajoncito para dormir. Seguramente creyó (lo creímos todos) que no habría más
interminables noches de soledad, heladas sobre el lomo, charcos de lluvia enfriando sus patas, las agujas del hambre clavándose en las tripas. Pero anoche la oí llorar.

Y esta mañana supe que sus dueños volvieron a dejarla. Juguete vivo que se lleva y se trae.
Cariño que nace y se evapora. Inconstancia que se enseña a los hijos. Porque hay tres chicos que ven, que aprenden que los afectos no son importantes. Que no se asume una responsabilidad. Que no es cómodo molestarse por lo que uno aprecia. Y así serán con todas las cosas de su vida: inconstantes, superficiales, tibios. Nada conmoverá demasiado sus corazones. A nada se atarán. No defenderán nada con apasionamiento. Quizá incluso acaben dejando también abandonados a su suerte a sus progenitores. Es lo que les han enseñado.

¡Ah, los saltos de Jennifer cuando, de vez en cuando los ve llegar!
¡Ah, su amor atropellado e incapaz de rencores!
¡Ah, su tos en las tardes de frío!
¡Ah, sus noches sin sueño, ladrándole al portón por el que espera ver llegar a los que le pusieron un collar y un nombre delirante!

Jennifer: lo único realmente valioso en esa casa eres tú.
Lástima que tus dueños le den más importancia a su coche y sus alfombras.
Lástima que no hayas encontrado un claro corazón de niño con césped para correr por él.
Un corazón capaz de recibir tu amor y darte el suyo.

Mezquina gente que lo único que hizo fue regalarte un nombre tan grandioso como lo es su egoísmo y su incapacidad para sentir.

TODOS LOS PERROS ABANDONADOS, COMO JENNIFER, ACABAN DESTROZADOS FÍSICA Y ANÍMICAMENTE, VAGANDO POR LAS CALLES A SU SUERTE, MALTRATADOS, ATROPELLADOS, O ABARROTANDO LAS PERRERAS.

ENTRE TODOS PODEMOS SOLUCIONARLO

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